La crisis del euro adquirió dramatismo a fines de 2009, fundamentalmente por las revisiones al déficit y deuda pública comunicadas al asumir el nuevo Gobierno griego. Tras esa novedad, un importante conjunto de economistas y destacadas personalidades redoblaron vaticinios de la «imposibilidad» de subsistencia de Grecia y otras naciones «periféricas» en el euro.
Desde esta columna de Ámbito Financiero sostuvimos lo contrario, que el euro se fortalecería con las dificultades y las autoridades de los países miembros adoptarían las medidas necesarias para ello. Más tarde, las secuelas de la restricción crediticia se extendieron a Irlanda, Portugal, España e Italia. Para colmo de males, los pronósticos de abandono del euro incentivaron temores cambiarios y retiros de depósitos bancarios en las naciones consideradas menos competitivas. La consecuencia fue restricciones crediticias aún mayores y desplomes del nivel de actividad, copiando a los sufridos en nuestro país en la antesala de la crisis del 2001/2.
Los especialistas en Europa acuñaron el término PIIGS, por las siglas en inglés de los cinco países con mayores dificultades. Los agoreros resaltaban los desbalances, desigualdades de productividades, de actitudes culturales y propensiones a trabajar y ahorrar. Anunciaban la inexorable devaluación de esos países, a los que recomendaban adoptar monedas nacionales propias, flotando respecto del euro. Así, Grecia debía retornar al antiguo dracma, su unidad monetaria anterior. ¡Los fundamentalistas del «retraso cambiario» bramaban por la inmediata adopción de monedas nacionales! ¡Era imposible seguir adelante con el euro, según un gran número de respetados especialistas! Con argumentaciones paralelas a las utilizadas para abogar por una devaluación del peso en nuestro país.
Gran parte de esos especialistas están educados en las teorías del «equilibrio», visiones de agentes económicos que se mueven dentro de senderos acotados por severas curvas geométricas, comportamientos embretados por ecuaciones parciales que determinan «variables de equilibrio». En esa visión, las políticas no juegan o sólo ejercen un rol secundario. Sólo las «variables» pueden moverse y una de las principales es el tipo de cambio.
Los líderes europeos siguieron otro camino. Reconocieron que la construcción política de la Unión Europea era el vehículo principal para proteger los derechos y logros personales de los europeos. Y que las normas y acuerdos políticos pueden reformarse y adecuarse para superar los conflictos y prosperar en forma sustentable a mediano y largo plazo. Instituyeron los pactos fiscal, económico, bancario y político para hacer más efectiva y competitiva la UE, exigiendo cesiones de soberanía nacional en beneficio de la coordinación de las decisiones comunitarias y de la población del conjunto europeo. En la emergencia, el Banco Central Europeo está teniendo un papel importantísimo, siempre respetando su mandato institucional. Contrariando la «imposibilidad competitiva» o «retraso cambiario» dictaminado por expertos, las naciones «periféricas» están expandiendo sus exportaciones. Ante el Comité de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo, Mario Draghi, presidente del BCE, acaba de informar que las exportaciones de España crecieron en volumen un 27%, desde 2008. Y las de Irlanda el 14%; de Italia el 21%, Portugal el 22%. Otros países de la UE que están fuera del euro, como los bálticos, a los que el FMI había recomendado devaluar la moneda fuertemente para superar la crisis, optaron por mantener la relación fija con el euro y recuperaron significativamente sus economías. Más contundente, Estonia entró en el euro.
Estas breves consideraciones muestran que la economía, como ciencia social que es, ofrece posibilidades, aperturas, que muchas veces los técnicos no advierten. El tipo de cambio de «equilibrio» es una falacia, pues el balance cambiario y las reservas internacionales reflejan movimientos financieros de diferentes orígenes. Nunca existe un equilibrio inmutable, ni ceñido en márgenes estrechos, en las grandes sociedades complejas donde interactúan decenas de millones de personas. Está muy generalizado ignorar las condicionantes políticas, las restricciones financieras, y hasta contables, y las consecuencias. Por ejemplo, los que insisten con supuestos «retrasos cambiarios» se olvidan que las devaluaciones catapultan la inflación, deterioran la confianza y, generalmente, tumban gobiernos.
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