Por Enrique Blasco Garma
Ámbito Financiero, Miércoles 22 de Junio de 2005
Es necesario respetar las normas comunes para desarrollar una actividad colectiva concertada. En el fútbol, están la AFA y demás asociaciones nacionales, regidas por la FIFA, que aseguran que se cumplan los reglamentos.
Todo juego tiene reglas que lo definen. Las actividades de la gente en una sociedad progresista también. Si los jugadores modificaran las normas, el fútbol o el tenis serían deportes diferentes de los que conocemos. Pero ningún deporte podría jugarse si cada actor pretendiera definir sus
propias reglas, diferentes de las aplicadas a los otros participantes. Si a unos se les antojan normas diferentes de las que usan otros, no hay juego colectivo pacífico posible. Entonces, la condición para desarrollar una actividad colectiva concertada es respetar normas comunes, una Constitución.
Para ello, las actividades concertadas, los deportes competitivos y organizados tienen una estructura de control. En el fútbol, están la AFA y demás asociaciones nacionales, regidas por la FIFA, que aseguran que se cumplan los reglamentos. El desarrollo del deporte recién pudo consolidarse una vez que los actores acordaron cumplir las mismas normas y respetar las
autoridades. Estas, a su vez, descubrieron que su misión es velar por el cumplimiento de las normas. La particular visión de un dirigente o necesidades de urgencia no es invocada para alterar las reglas.
Mensaje
La condición que unifica a todos es la creencia que ningún funcionario, incluso el presidente de la FIFA, intervendrá a favor de que un miembro no cumpla las mismas normas que los demás. El mensaje sobre el que se asienta el edificio del deporte es: toda la estructura tiene por función principalísima hacer cumplir las normas iguales para todos, a lo largo de las geografías y el
tiempo.En amplio contraste, los países que sostienen ideologías y visiones de reglas fracturadas, según la persona, se han rezagado. Porque trastocaron el precepto liminar «el fin no justifica los medios»
por el corrosivo contrario. Con el cuento de las urgencias, en esos estados el fin justifica los medios. Son precisamente sus líderes los que pugnan por imponer los fines y la población la que aguanta los medios empleados. La consecuencia son las continuas alteraciones de las prácticas
usuales. En aras de imponer sus fines, que suelen ser conflictivos, pues cada uno quiere obtener lo que tienen otros y traspasarles costos, los dirigentes políticos y empresarios compiten denodadamente. Y la gente se siente despojada de sus derechos, agraviada y defraudada. Tanto mayores los poderes para decidir los objetivos de su mandato, sin importar los medios, más influyentes se tornan los dirigentes y empobrecida la población.
Tolerancia
La gente de esos países suele esperar al redentor particular, al dirigente que es tan bueno como los favorezca, a costillas de otros. No prosperarán en tanto sus pueblos no comprendan que la raíz de sus males, la madre de sus defectos, es tolerar la infracción a las leyes, la discriminación a las personas y los excesos en el mandato de sus dirigentes.
No existiría el fútbol sin acatamiento de los reglamentos. El deporte se difundió y los jugadores admirados fueron surgiendo simplemente cuando las mismas normas se mantuvieron en todas
partes, para todos, a lo largo del tiempo. La previsión de normas estables favoreció a los más humildes, a los jugadores provenientes de los hogares más pobres. De igual modo, no existen pueblos prósperos sin acatamiento a las normas unívocas de convivencia, como la Constitución y demás leyes, interpretadas por jueces justos, en plazos breves.
Si los árbitros emplearan los tiempos de la Justicia argentina y otras naciones subdesarrolladas, el deporte habría dejado de existir. De la misma forma que cada deporte prevalece porque el público no aceptaría alteraciones de sus reglas, la Constitución y demás normativas tienen la fuerza que otorga el convencimiento de que la población no toleraría que se la quebrantase.
Mientras las reglas cambien para adecuarse a la «realidad política» definida por cada dirigente, la prosperidad de la nación será volátil. De igual modo, el fútbol dejaría de existir si cada dirigente exigiera modificar las reglas a su antojo.
En el libro de reciente publicación, «La Riqueza de los Países y su Gente», explico que el secreto de las naciones exitosas no es que inviertan mucho. Invierten y trabajan con entusiasmo porque las distintas personas pueden elegir sus actividades y desempeñarse previendo estar encuadradas por normas sostenibles, aplicadas exactamente sin dilaciones.
Lo que une a la gente, las hace progresar y sostiene a los gobiernos es saber que el objeto del Estado y sus funcionarios es asegurar el cumplimiento celoso de las normas legales. Los países andinos dan un ejemplo nítido. Chile progresa porque las reglas son estables; otras naciones del bloque sufren la desconfianza a dirigentes que aplican normas diferentes a distintos estratos o colores de la población.
Prestigio
La balanza honesta, la justicia con los ojos vendados, son prestigiados y demandados en todo el orbe. El Estado discriminador, que castiga con pesas y normas desiguales, es cada vez más dejado de lado en todos los continentes. Sus dirigentes se desprestigian y pierden poder legítimo.
Ninguna organización puede sobrevivir al empobrecimiento de desconocer las reglas que la rigen. Los cuerpos biológicos, las empresas y sociedades se enferman cuando se apartan de esas
regulaciones. Toda disciplina indaga las leyes que la rigen. Ninguna ciencia sería posible sin el apoyo de leyes estables, cada vez más generales, como las leyes de la gravedad, o la termodinámica. En reconocerlas consiste el conocimiento y la información.
En ausencia de normas previsibles, prevalece la ignorancia, la incertidumbre y la violencia. Lasreglas claras, sostenibles en el tiempo, iguales para todos constituyen la mayor riqueza, puescrean confianza, aparece el crédito y la inversión, aumenta la oferta de trabajo e inclusión social.
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