Ámbito Financiero. Por Enrique Blasco Garma
A partir de la crisis griega, los expertos más renombrados del mundo vaticinaban y recomendaban el quebrantamiento de la eurozona por fallas insalvables. Las manifestaciones populares contra los ajustes en Europa reforzaban la idea y daban pie a pronosticar que los pueblos no aguantarían la austeridad y los ajustes en marcha para enderezar los desbalances fiscales y externos. No sólo fueron palabras. Los bancos e inversores más poderosos también apostaron por el derrumbe y lo “insostenible” de 16 países diferentes compartiendo la misma moneda. ¿Cómo era posible que países con productividades, culturas laborales y de ahorros tan diversos compartieran la misma moneda? Dichas apuestas profundizaron la recesión y la caída de activos y el empleo. Los eternos partidarios de la devaluación como remedio macroeconómico se frotaban las manos anticipando que los países correrían a sustituir al euro con sus monedas nacionales.
Desde esta columna sostuvimos, desde fines de 2009, que ningún país abandonaría el euro y que la crisis señalaría oportunidades para enderezar las instituciones europeas y fortalecer la moneda común. A pesar de los pronósticos negativos, de los 11 países miembros iniciales, en 1999, pasaron a los 17 actuales. En 2009 se incorporó Eslovaquia y en 2011, en lo más álgido de la crisis, Estonia. Además, otros países europeos mantienen una paridad fija con el euro, como Dinamarca, Bulgaria, Rumania, Lituania y Letonia, y alguno de ellos ingresará pronto en la eurozona. Además, Suiza ha establecido un piso fijo para el franco respecto del euro. La corrección de los déficits externos de los denominados países PIIGS, desde la crisis, enseña que no es necesario devaluar para conseguir equilibrios del balance de pagos.
Los que apostamos por el euro pudimos conseguir grandes rendimientos, con las subas bursátiles y la apreciación de los bonos soberanos, desde agosto 2012. Los bonos griegos a 10 años rendían más del 30% en junio de 2012, hoy rinden menos del 9%. Los rendimientos de los bonos portugueses bajaron del 12,5% anual al 5,5%; los de España, del 7,5% al 4,4%; Irlanda, al 3,5%; Italia, del 6,45% al 4,06%. Recordemos que los bonos emitidos se aprecian cuando sus rendimientos disminuyen, porque el flujo de fondos contenidos en el bono se descuenta a una tasa menor. Con la baja del rendimiento del bono griego se pudo ganar el doble de lo pagado, es decir, más del 100% de lo invertido en menos de un año, en euros, que, encima se apreciaron en el período de 1,25 dólar al actual más de 1,285/1,29 dólar por euro.
Los expertos euroescépticos no toman en cuenta que, si bien la crisis alimentó broncas y angustias, pedidos de atenuación de costos y cambios de Gobierno, los partidos políticos contrarios al euro no consiguieron ni conseguirán la mayoría de los votos en naciones con electores relativamente ricos y maduros de edad, adversos al riesgo de embarcarse en aventuras que pongan en peligro la moneda y el valor de sus activos personales. Es especialmente cierto en las naciones PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España), donde las dirigencias nacionales, libres de ataduras institucionales, resultan menos confiables que sujetas a la pertenencia a la UE y al euro, a los ojos de los votantes. Al profundizarse la crisis, el temor al futuro prevalece por encima de la rabia por la caída de ingresos. La Unión Europea y el euro ofrecen una estructura supranacional que, al acotar y enmarcar el margen de decisión de los gobernantes, contiene la incertidumbre y los temores de los votantes a la posible acción de dirigentes locales desprestigiados. La existencia de esta red de contención da ventajas a las desacreditadas dirigencias nacionales favorables al euro, frente a los que abogan por salirse de ese corsé. Ese temor a sus propios dirigentes mantiene la voluntad de reforzar los vínculos con la eurozona y las restricciones que impone; el pánico ante la propuesta de reponer el dracma y otras monedas locales que se devaluaban constantemente.
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