Por Enrique Blasco Garma
ON24, Revista Nº11, mayo 2008
Según los últimos descubrimientos de las ciencias, los humanos somos genéticamente similares. No existen grupos naturalmente mejores que otros. Sin embargo, los ingresos personales son muy asimétricos. ¿Cuáles son las causas del éxito personal y del progreso o fracaso de las naciones? Trato de responder a esas preguntas desde hace tiempo. En esta nota propongo algunas ideas para explicar el grado de éxito o frustración de las naciones. ¿Porqué un noruego, suizo o norteamericano promedio, produce y gana más que 8 rosarinos, o que 50 bolivianos, a pesar poseer los mismos genes e iguales capacidades naturales? ¿Por qué un grupo reducido de países, con sólo el 10% de la población mundial, genera el 70% de los ingresos, mientras otro grupo, con el 80% de la humanidad, apenas origina el 10% de la producción del planeta?
Es evidente: hay sociedades que favorecen las actividades y logros personales y otras que las coartan. Unas estimulan intercambios cada vez más valiosos y otras los traban. Comenzamos reconociendo que vivimos en sociedad porque no podemos vivir ni reproducirnos aislados. Necesitamos de los demás en la medida que pueden hacer más por nosotros que nosotros mismos, en alguna cuestión; por idénticas razones que nosotros podemos atender mejor que los propios interesados muchos de sus deseos. Y lo hacen gustosos porque podemos darles, a cambio, cosas y bienes que ellos valoran más que nosotros. En otras palabras, gracias a los intercambios voluntarios y a la especialización del conocimiento, podemos dar y recibir más, creando valor. A medida que negociamos para superar los conflictos lógicos de personas con miradas e intereses diferentes, vamos encontrando las ventajas mutuas de la especialización; desarrollamos conocimientos y habilidades de las que carecíamos, de las que no teníamos idea.
Unas sociedades son más productivas que otras. La diferencia no está en las máquinas que emplean, que pueden ser compradas en el exterior o fabricadas localmente. La gran diferencia es que las naciones avanzadas se dan normas que incentivan el conocimiento y trabajo individual. Producen cosas más valiosas y su ingreso es mayor porque quienes más saben de un tema, quienes son más eficientes, toman las decisiones y actúan en esa materia. El desarrollo consiste en descubrir que la gente tiene capacidades valiosas, porque somos diferentes y podemos complementarnos. Y las decisiones y actividades deben ser emprendidas por quienes mejor conocen la cuestión. Unos pueden hacer cosas que otros no pueden y apreciar más lo que otros tienen o hacen.
Para conseguir que las decisiones las tomen los que más conocen de cada tema, la gente debe ser respetada. Y el que respeta a los demás gana consideración, para sí mismo, en la familia, amistades y los negocios. Pero no es sencillo ni voluntario. Pues, en todo accionar, las personas independientes enfrentan conflictos y también ventajas, ya que tienen visiones discrepantes, propias de la condición de individuo. Para afirmar el valor de los derechos individuales hace falta una ideología y una organización eficiente. De lo contrario, se cae en la confusión de derechos y libertades.
El problema para optimizar las decisiones es encontrar formas de negociar y atenuar los conflictos lógicos que surgen cuando cada individuo busca su propia conveniencia. Hallar las maneras de satisfacer los deseos de cada persona de la forma más completa posible. Y, simultáneamente, que cada uno pueda ejercer de la forma más amplia sus capacidades, ofreciendo lo mejor que tiene, lo que la gente más pueda apreciar, de si mismo, para obtener lo mejor de los demás. Conseguir los bienes que necesitamos al menor precio y ofrecer nuestros productos al mejor valor. De eso trata la organización económica.
Conseguir que las decisiones las tomen quienes más las valoricen es el resultado del sistema de intercambios libres. Ello implica conseguir el mayor respeto de los derechos individuales. Puesto que, cuando se violan los derechos, no deciden quienes más pueden valorizar las actividades. Entonces libertad y valor son conceptos concurrentes. Pobreza es sinónimo de opresión. Por eso, la división de poderes políticos y económicos es tan relevante. Libertad es el poder de decisión negociado en intercambios libres, de los que más valorizan las actividades. Riqueza es el valor de los poderes y derechos individuales de decisión.
En general, nadie conoce al inicio cual capacidad propia pueda ser más valiosa para los mercados. Es en el diario quehacer, expuesto a las decisiones de clientes y otros agentes, que se van descubriendo capacidades que la propia persona desconocía de si misma.
Existen dos tipos extremos de sociedades, en cuanto al proceso de decisión. Las rezagadas, donde un grupo se apodera de la verdad y descalifica a los que discrepan o tienen otras miradas. Son las sociedades pobres de la tierra. Están trabadas por fundamentalismos, divisiones, pugnas de unos contra otros. “Enemigos de la patria o del ser nacional” es una expresión corriente en las naciones crispadas.
En cambio, las sociedades avanzadas escuchan al otro, aceptan las discrepancias, generan acuerdos productivos para aprovechar y desarrollar los conocimientos individuales. No puede sorprender que sean ricas y su gente goce de derechos e ingresos más valiosos. Pues saben que la verdad resulta de un criterio evolutivo para ponerse de acuerdo y emprender actividades comunes cada vez mejor coordinadas y satisfactorias. Decía Hayek, Premio Nobel de Economía y uno de los mayores pensadores del siglo XX: “Nuestra concepción de la justicia descansa en la creencia de que las visiones divergentes acerca de hechos o circunstancias particulares pueden zanjarse descubriendo reglas que, una vez anunciadas, concitan la conformidad general”. En un libro publicado en 2005, La Riqueza de los Países y su Gente, Ed. Lumiere, extendí ese concepto al de todo conocimiento humano. El progreso consiste precisamente en ir paulatinamente descubriendo nuevas verdades, nuevas formas para satisfacer mejor los objetivos de la gente. El método para lograrlo ha sido acordar reglas o leyes, estables y aceptados, que mejor consigan coordinar las actividades individuales. Obviamente, esas reglas no pueden ser arbitrarias. Se va descubriendo cuales son productivas y cuales entorpecen y deben ser derogadas. Los legisladores no pueden inventar cualquier ley, la que se les antoje. Porque unas contribuirán a coordinar las actividades y otras las entorpecerán. Por eso, el método para consensuar leyes y reglas es tan importante. Nuestra constitución prevé un sistema donde la justicia protege los derechos individuales, el congreso dicta las normas eficaces y el ejecutivo las hace cumplir.
Las sociedades adelantadas se basan en reglas estables. El fin no justifica los medios, pues los medios son de los distintos individuos - sus derechos - y los fines son privados. Por el contrario, las sociedades rezagadas no reconocen reglas estables, pues prevalecen los caudillos, cuyos fines específicos justifican los medios - violación de derechos - y la población queda desamparada, a merced de la arbitrariedad. En esas naciones, el ejecutivo dicta las normas, el congreso las sanciona y la justicia mira para otro lado.
El presente enfrentamiento del gobierno con el agro podría servir para saber en que grupo de sociedades aceptamos estar. Que nuestras exportaciones valgan mucho debiera ser un beneficio, no un problema. Hay quienes optan por la comodidad de la queja, en lugar de influir en la opinión pública y partidos políticos para hacer valer sus derechos y proponer mejores soluciones.
ON24, Revista Nº11, mayo 2008
Según los últimos descubrimientos de las ciencias, los humanos somos genéticamente similares. No existen grupos naturalmente mejores que otros. Sin embargo, los ingresos personales son muy asimétricos. ¿Cuáles son las causas del éxito personal y del progreso o fracaso de las naciones? Trato de responder a esas preguntas desde hace tiempo. En esta nota propongo algunas ideas para explicar el grado de éxito o frustración de las naciones. ¿Porqué un noruego, suizo o norteamericano promedio, produce y gana más que 8 rosarinos, o que 50 bolivianos, a pesar poseer los mismos genes e iguales capacidades naturales? ¿Por qué un grupo reducido de países, con sólo el 10% de la población mundial, genera el 70% de los ingresos, mientras otro grupo, con el 80% de la humanidad, apenas origina el 10% de la producción del planeta?
Es evidente: hay sociedades que favorecen las actividades y logros personales y otras que las coartan. Unas estimulan intercambios cada vez más valiosos y otras los traban. Comenzamos reconociendo que vivimos en sociedad porque no podemos vivir ni reproducirnos aislados. Necesitamos de los demás en la medida que pueden hacer más por nosotros que nosotros mismos, en alguna cuestión; por idénticas razones que nosotros podemos atender mejor que los propios interesados muchos de sus deseos. Y lo hacen gustosos porque podemos darles, a cambio, cosas y bienes que ellos valoran más que nosotros. En otras palabras, gracias a los intercambios voluntarios y a la especialización del conocimiento, podemos dar y recibir más, creando valor. A medida que negociamos para superar los conflictos lógicos de personas con miradas e intereses diferentes, vamos encontrando las ventajas mutuas de la especialización; desarrollamos conocimientos y habilidades de las que carecíamos, de las que no teníamos idea.
Unas sociedades son más productivas que otras. La diferencia no está en las máquinas que emplean, que pueden ser compradas en el exterior o fabricadas localmente. La gran diferencia es que las naciones avanzadas se dan normas que incentivan el conocimiento y trabajo individual. Producen cosas más valiosas y su ingreso es mayor porque quienes más saben de un tema, quienes son más eficientes, toman las decisiones y actúan en esa materia. El desarrollo consiste en descubrir que la gente tiene capacidades valiosas, porque somos diferentes y podemos complementarnos. Y las decisiones y actividades deben ser emprendidas por quienes mejor conocen la cuestión. Unos pueden hacer cosas que otros no pueden y apreciar más lo que otros tienen o hacen.
Para conseguir que las decisiones las tomen los que más conocen de cada tema, la gente debe ser respetada. Y el que respeta a los demás gana consideración, para sí mismo, en la familia, amistades y los negocios. Pero no es sencillo ni voluntario. Pues, en todo accionar, las personas independientes enfrentan conflictos y también ventajas, ya que tienen visiones discrepantes, propias de la condición de individuo. Para afirmar el valor de los derechos individuales hace falta una ideología y una organización eficiente. De lo contrario, se cae en la confusión de derechos y libertades.
El problema para optimizar las decisiones es encontrar formas de negociar y atenuar los conflictos lógicos que surgen cuando cada individuo busca su propia conveniencia. Hallar las maneras de satisfacer los deseos de cada persona de la forma más completa posible. Y, simultáneamente, que cada uno pueda ejercer de la forma más amplia sus capacidades, ofreciendo lo mejor que tiene, lo que la gente más pueda apreciar, de si mismo, para obtener lo mejor de los demás. Conseguir los bienes que necesitamos al menor precio y ofrecer nuestros productos al mejor valor. De eso trata la organización económica.
Conseguir que las decisiones las tomen quienes más las valoricen es el resultado del sistema de intercambios libres. Ello implica conseguir el mayor respeto de los derechos individuales. Puesto que, cuando se violan los derechos, no deciden quienes más pueden valorizar las actividades. Entonces libertad y valor son conceptos concurrentes. Pobreza es sinónimo de opresión. Por eso, la división de poderes políticos y económicos es tan relevante. Libertad es el poder de decisión negociado en intercambios libres, de los que más valorizan las actividades. Riqueza es el valor de los poderes y derechos individuales de decisión.
En general, nadie conoce al inicio cual capacidad propia pueda ser más valiosa para los mercados. Es en el diario quehacer, expuesto a las decisiones de clientes y otros agentes, que se van descubriendo capacidades que la propia persona desconocía de si misma.
Existen dos tipos extremos de sociedades, en cuanto al proceso de decisión. Las rezagadas, donde un grupo se apodera de la verdad y descalifica a los que discrepan o tienen otras miradas. Son las sociedades pobres de la tierra. Están trabadas por fundamentalismos, divisiones, pugnas de unos contra otros. “Enemigos de la patria o del ser nacional” es una expresión corriente en las naciones crispadas.
En cambio, las sociedades avanzadas escuchan al otro, aceptan las discrepancias, generan acuerdos productivos para aprovechar y desarrollar los conocimientos individuales. No puede sorprender que sean ricas y su gente goce de derechos e ingresos más valiosos. Pues saben que la verdad resulta de un criterio evolutivo para ponerse de acuerdo y emprender actividades comunes cada vez mejor coordinadas y satisfactorias. Decía Hayek, Premio Nobel de Economía y uno de los mayores pensadores del siglo XX: “Nuestra concepción de la justicia descansa en la creencia de que las visiones divergentes acerca de hechos o circunstancias particulares pueden zanjarse descubriendo reglas que, una vez anunciadas, concitan la conformidad general”. En un libro publicado en 2005, La Riqueza de los Países y su Gente, Ed. Lumiere, extendí ese concepto al de todo conocimiento humano. El progreso consiste precisamente en ir paulatinamente descubriendo nuevas verdades, nuevas formas para satisfacer mejor los objetivos de la gente. El método para lograrlo ha sido acordar reglas o leyes, estables y aceptados, que mejor consigan coordinar las actividades individuales. Obviamente, esas reglas no pueden ser arbitrarias. Se va descubriendo cuales son productivas y cuales entorpecen y deben ser derogadas. Los legisladores no pueden inventar cualquier ley, la que se les antoje. Porque unas contribuirán a coordinar las actividades y otras las entorpecerán. Por eso, el método para consensuar leyes y reglas es tan importante. Nuestra constitución prevé un sistema donde la justicia protege los derechos individuales, el congreso dicta las normas eficaces y el ejecutivo las hace cumplir.
Las sociedades adelantadas se basan en reglas estables. El fin no justifica los medios, pues los medios son de los distintos individuos - sus derechos - y los fines son privados. Por el contrario, las sociedades rezagadas no reconocen reglas estables, pues prevalecen los caudillos, cuyos fines específicos justifican los medios - violación de derechos - y la población queda desamparada, a merced de la arbitrariedad. En esas naciones, el ejecutivo dicta las normas, el congreso las sanciona y la justicia mira para otro lado.
El presente enfrentamiento del gobierno con el agro podría servir para saber en que grupo de sociedades aceptamos estar. Que nuestras exportaciones valgan mucho debiera ser un beneficio, no un problema. Hay quienes optan por la comodidad de la queja, en lugar de influir en la opinión pública y partidos políticos para hacer valer sus derechos y proponer mejores soluciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario